Al mirar al suelo encuentro una cerveza a mitad volcada al lado de la cama. La miro titubeante antes de cogerla y tragar el asqueroso brebaje que contiene. Está caliente. Parece pis de gato. La sensación que provoca su entrada en mi boca me hace levantar de un salto e ir directa al retrete. Vomito hasta la primera papilla. Me limpio la boca con el cartón del papel higiénico. Tocan al timbre. Paso de contestar. Vuelven a tocar. Me dirijo a la puerta. Vuelven a tocar. Cabreada golpeo la puerta y abro:
- ¡¿Qué coño quieres?! ¡¿No ves que estoy ocupada?!
- Emm... -Responde un joven imberbe, nervioso como un flan. Lo miro fijamente, de arriba a bajo. Huele a perfume del caro y va trajeado.
- Jodidos cabrones...-mascullo mientras le doy la espalda y recojo una bata sucia con sangre del suelo. Me giro y le grito: ¡FUERA!
Intento cerrar la puerta, pero me lo impide con uno de sus zapatos. Intuyo que son caros.
-Emm... venía por... eso. Ya sabe usted a que me refiero.
-No, no lo sé. ¡¿Qué es lo que quieres?! ¿Vendes libros? No quiero nada. ¡Sal de mi jodida vista si no quieres tener problemas, chaval!
-Teníamos un pacto, ¿recuerda? Jueves 8 de abril, a las 21.30 horas. Usted tenía que entregarme una cosa muy valiosa. He esperado muchos meses para este momento.
Vuelven a tocar a la puerta. Son las 21.35. Es Joel con un pequeño felino negro entre sus brazos, envuelto en una manta aterciopelada. Parece limpio y huele bien, más bien de lo que yo oleré jamás. Ahora recuerdo. Joel me mira y con lástima entrega la gran bola peluda al joven. Acto seguido los ojos del crío se llenan de lágrimas y se dibuja una enorme sonrisa en su rostro. Estoy abrumada. Introduzco mi mano derecha en el bolsillo de la bata y me doy cuenta de lo que acaba de ocurrir. Les doy la espalda y toco mi vagina. Puedo vislumbrar restos de sangre.