Tentativa de evadirme de Joel

Despierto con la cara pegada a la sucia sábana de este jodido sitio. No recuerdo esta habitación ni cómo llegué hasta aquí. Lo único que recuerdo es que llevo varios días con este puñetero dolor de estómago. Busco en el cajón de la mesita cualquier cosa que pueda apaciguarlo, pero nada. Estoy caliente. Creo que es fiebre. Anoche tuve una revelación, pero no es momento de contarla. Me incorporo, y al contemplar la sala detenidamente, intento recordar como llegué hasta aquí. Estoy desnuda y junto a mi hay una nota que dice: "Clem, cuando despiertes, llámame. Estoy impaciente. Firmado: Joel".
Al mirar al suelo encuentro una cerveza a mitad volcada al lado de la cama. La miro titubeante antes de cogerla y tragar el asqueroso brebaje que contiene. Está caliente. Parece pis de gato. La sensación que provoca su entrada en mi boca me hace levantar de un salto e ir directa al retrete. Vomito hasta la primera papilla. Me limpio la boca con el cartón del papel higiénico. Tocan al timbre. Paso de contestar. Vuelven a tocar. Me dirijo a la puerta. Vuelven a tocar. Cabreada golpeo la puerta y abro:
- ¡¿Qué coño quieres?! ¡¿No ves que estoy ocupada?!
- Emm... -Responde un joven imberbe, nervioso como un flan. Lo miro fijamente, de arriba a bajo. Huele a perfume del caro y va trajeado.
- Jodidos cabrones...-mascullo mientras le doy la espalda y recojo una bata sucia con sangre del suelo. Me giro y le grito: ¡FUERA!
Intento cerrar la puerta, pero me lo impide con uno de sus zapatos. Intuyo que son caros.
-Emm... venía por... eso. Ya sabe usted a que me refiero.
-No, no lo sé. ¡¿Qué es lo que quieres?! ¿Vendes libros? No quiero nada. ¡Sal de mi jodida vista si no quieres tener problemas, chaval!
-Teníamos un pacto, ¿recuerda? Jueves 8 de abril, a las 21.30 horas. Usted tenía que entregarme una cosa muy valiosa. He esperado muchos meses para este momento.
Vuelven a tocar a la puerta. Son las 21.35. Es Joel con un pequeño felino negro entre sus brazos, envuelto en una manta aterciopelada. Parece limpio y huele bien, más bien de lo que yo oleré jamás. Ahora recuerdo. Joel me mira y con lástima entrega la gran bola peluda al joven. Acto seguido los ojos del crío se llenan de lágrimas y se dibuja una enorme sonrisa en su rostro. Estoy abrumada. Introduzco mi mano derecha en el bolsillo de la bata y me doy cuenta de lo que acaba de ocurrir. Les doy la espalda y toco mi vagina. Puedo vislumbrar restos de sangre.