
Nunca pudo peinarse. Su cabellera, pelirroja, ardía como la ilusión recién creada de un pozo de petróleo. Su pelo era una zarza de rojísimo fuego, y ella estaba feliz porque algunos muchachos la trataban respetuosamente, tal si fuera la luz que arde a la memoria de los héroes. Sin embargo, los más osados, que eran también los más hermosos, no dudaban en encender sus rubios cigarillos en aquella inconsolable llama.
Rafael Pérez Estrada.