«Me confeccioné un redingote-guérite de un sufrido paño gris, con pantalón y chaleco a juego. Complementado con un sombrero gris y una larga bufanda de lana, me transformé en un perfecto estudiante de primer curso. No se puede expresar con palabras el placer que me daban mis botas: de buena gana hubiera dormido con ellas, como solía hacer mi hermano cuando obtuvo su primer par. Con sus suelas bien claveteadas me sentía segura sobre el asfalto. Volaba de un extremo a otro de Paris. Me sentía capaz de dar la vuelta al mundo. Y con mi vestimenta nada podía temer. Salía a la calle hiciera el tiempo que hiciera, volvía a cualquier hora, me sentaba en el gallinero de los teatros. Nadie reparó jamás en mí y nadie se dio cuenta de mi disfraz... Nadie me reconoció, nadie me miró ni puso objeciones a mi proceder; yo era como una molécula perdida en la inmensa multitud.»