Un cementerio era nuestro mundo cultural, aquí eran Jesucristo y Sócrates, eran Mozart y Haydn, Dante y Goethe, nombres borrosos sobre lápidas de hojalata llenas de orín, rodeados de hipócritas y confusos circunstantes, que hubieran dado cualquier cosa por haber podido creer todavía en las lápidas de latón que en otro tiempo les habían sido sagradas, y cualquier cosa por poder decir aunque sólo fuera una palabra seria y honrada de tristeza y desesperanza acerca de este mundo desaparecido, y a los cuales, en lugar de todo, no les quedaba otra cosa que el confuso y ridículo estar dando vueltas alrededor de una tumba.
El lobo estepario, Hermann Hesse.