Una tarde, me senté a la Belleza en
las rodillas. Y la encontré amarga.
Y la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a vosotros
se os confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda
la esperanza humana. Sobre toda alegría, para
estrangularla, salté como una fiera,
sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía,
morder las culatas de su fusiles. Llamé
a las plagas para ahogarme en la arena, en
la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí
en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen.
Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa
del idiota.


Arthur Rimbaud, Una temporada en el infierno.