La suya pertenecía a aquella clase de voces cuyo tono es seguido atentamente por el oído, como si cada palabra fuera una composición musical que jamás se volviese a interpretar. Su rostro era triste y hermoso, lleno de encantos; brillantes pupilas y una fresca y apasionada boca. En su voz latía una excitación que difícilmente olvidaban los hombres que la habían amado; una cantarina vibración, un <<oye...>> susurrado, una promesa de que sólo hacía un rato que había hecho excitantes y divertidas cosas, y de que se anunciaban excitantes y divertidas cosas para la próxima hora.



F. Scott Fitzgerald.








































Tercer chakra cerrado.