De perfil no me recordaba nada. Su rostro era hermoso pero tenía algo duro. El pelo era largo y castaño. Físicamente, no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada, pero ¿hasta qué punto se puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?; quizá la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios son elementos físicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas son también elementos espirituales. No pude precisar en aquel momento, ni tampoco podría precisarlo ahora, qué era, en definitiva, lo que daba esa impresión de edad. Pienso que también podría ser el modo de hablar. 


El túnel, Ernesto Sábato. 


























Poema 20, Pablo Neruda.

















Sus grises ojos, irritados por el sol, miraban de frente; no obstante, deliberadamente, había introducido un cambio en nuestras relaciones y, por un momento, pensé que la amaba. Pero soy lento de pensar, estoy lleno de normas interiores que actúan como frenos sobre mis deseos. Sabía que lo primero que tenía que hacer era salir definitivamente del lío que tenía allá, en mi casa. Todas las semanas había escrito cartas firmando <<con todo cariño, Nick>>, y todo lo que podía evocar era que, cuando cierta muchacha jugaba al tenis, en su labio superior se formaba un ligero velo de sudor. De todas formas, existía un vago compromiso que tenía que ser roto con tacto, antes de recobrar mi libertad.
   Todos creemos que, como mínimo, poseemos una virtud capital; la mía es ésta: soy una de las pocas personas honradas que he conocido. 


El gran Gatsby.